viernes, 13 de abril de 2007

Tecleando la Crónica

SEMANA SANTA

EN TRUPAN



Con el paso del tiempo, las comunidades experimentan un inexorable cambio en sus hábitos y costumbres. Algunas festividades se van quedando en el pasado, como la fiesta de "La Cruz de Mayo" o las pruebas de "La Noche de San Juan", por ejemplo.

Pero existe una festividad que se mantiene en el tiempo: la Semana Santa. Si bien su carácter estrictamente religioso ha sufrido los embates del nuevo milenio, en su esencia se mantiene el respeto y la reflexión.

Hoy vemos como el mercado se anticipa a esta fecha, ofreciendo novedosos y coloridos huevos de chocolate, obsequiados a los niños por un generoso conejo el día de la resurrección del señor. Saque usted sus propias conclusiones.




Antes era distinto. Vaya que era distinto.



El Viernes Santo comenzaba muy temprano por la mañana. Ese día no se tomaba desayuno pues cada feligres le ofrecía su ayuno al señor, como un pequeño gesto o "sacrificio" hacia quién dió la vida por nosotros.

El día se desarrollaba en estricto silencio. Nadie operaba herramientas pues el ruido atentaba contra la parsimonia y templanza de la festividad. Nadie usaba martillos ni serruchos, por lo tanto, frente este solemne cuadro, las tareas de la mañana eran labores domésticas y de limpieza. En algunas familias la tarea era limpiar los castaños, barrer los patios, desmalezar la huerta, y cualquier otra actividad similar que mantuviera el silencio y que permitiera a los más pequeños no pensar en comer.

Los mayores se encargaban de contar historias, de cómo se vivía el viernes santo cuando ellos eran pequeños, época donde las misas se celebraban en latín y con el curita mirando hacia la pared. Sabida es la historia de la abuelita que siendo niña mantenía el ayuno de viernes santo como ofrenda hacia el señor, pero a media mañana no aguantó el hambre y se echó frutas a la boca con un chal sobre la cabeza para que Dios del cielo no la viera comer.


Si alguien pronunciaba una palabrota o se le caía algún objeto pesado y ruidoso, cada feligrés decía "Agáchate Semana Santa".

Llegado el mediodía se daba inicio al almuerzo poniendo fin al ayuno. Como gesto al señor, ese día no se comía carne. Por lo general el menú eran porotos, tallarines o papas con chuchoca o algúna otra guarnición. Si la comida llevaba papas, éstas se dejaban cortadas el día anterior para no tener que usar el cuchillo el día de viernes santo.


En las radios no se emitía la música habitual sino suaves y lentas melodías acorde a la solemnidad de la fecha, sin tanda de comerciales. En muchas emisoras se transmitía el rosario que era seguido por una multitud de radioescuchas.

Cuando el sol comenzaba a ponerse, los trupaninos se reunían en la plaza, frente a la iglesia y celebraban el Vía Crucis, actividad perenne en el tiempo que recuerda la catorce estaciones que sufrió Jesús cargando la cruz.

El recorrido del Vía Crucis cambiaba cada año. Si las inclemencias del clima impedían recorrer las calles el Via Crucis se realizaba al interior de la Iglesia. En otras oportunidades se realizaba alrededor de la plaza o por las calles aledañas a la iglesia. Todo era muy modesto y se realizbaa con recursos escasos. A saber, a falta de mesas para las estaciones del Vía Crucis, se juntaban cuatro sillas y sobre ellas un mantelito blanco. No quedaban muy altas pero cumplían con señalar la siguiente parada. Muy recordados son los Vía Crucis celebrados a fines de la década del sesenta, organizados por voluntarios de la agrupación católica de aquellos años donde destacaba la figura de Doña Mercedes Arriagada.

Recordar estos episodios es un bálsamo de cultura. Hoy muchas tradiciones se han perdido y hasta se desconocen. Lo importante es mantener vivo el espíritu y no olvidar que "un pueblo que mira su pasado, puede proyectarse hacia el futuro".


Agradezco tu atención.